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domingo, 6 de mayo de 2018

En boca cerrada no entran moscas… decía el abuelo.


El hábito del silencio parece que hubiese sido destinado para aquellos dedicados a una vida de renuncia a lo mundano y, tal vez por esa razón, tan ajeno a las personas del común.

 Tuve la maravillosa oportunidad de participar de un retiro para aprender la práctica de la meditación Vipassana, diez días de votos de silencio que, al menos, me permitió entender que el silencio es mucho más que simplemente cerrar la boca.

Parafraseando al abuelo cuando afirmaba que en boca cerrada no entran moscas, encuentro una profunda utilidad para evitar la emisión de juicios y así evitar que ingresen a la boca las moscas de las culpas proyectadas. Siendo más profundo y, por lo tanto, más respetuoso con la enseñanza del abuelo, cerrar la boca es una invitación al silencio. Un silencio que practicado desde el alma, nos lleva a esa conexión con lo Eterno. Entiendo el silencio como aquel estado de no juicio y total aceptación del momento presente, sin diálogo interno.

Nada más errado que asociar la práctica del silencio con la ausencia de ruido. Por el contrario, veo al silencio como la no interferencia de la realidad, con mis ruidos. Todos los estímulos que recibimos del entorno, nos generan percepciones. Interpretaciones muy acordes con nuestras creencias que, básicamente, nos conducen a reafirmar la realidad en la que creemos. Esto nos conduce a una creencia absoluta en lo que el mundo nos refleja y nuestra mayor dificultad es que no nos atrevemos a cuestionarla. Creemos que es real porque la vemos, sin darnos cuenta que es real porque la proyectamos. La fuente de la fabricación del mundo que vemos, es nuestra propia mente, pero queremos seguir creyendo que lo que vemos es producto de otros.

La práctica del silencio genera grandes beneficios. Uno de ellos es que te des cuenta de tus propios ruidos mentales, es tu mente la que genera todos esos ruidos. Escucha tu mente.

Cuando alguna persona comete algún “error”, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando alguien piensa diferente a tu forma de pensar, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando alguien viste de forma diferente a tu forma de vestir, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando te miras al espejo, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando tus expectativas no se cumplen, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando la vida te presenta momentos de dolor, ¿Qué te dice tu mente?
Cuando la vida te presenta momentos de placer, ¿Qué te dice tu mente?

Escucharnos, es un gran paso que damos hacia nuestro auto-descubrimiento, es allí cuando empezamos a descubrir aquello que sentimos y, que, con frecuencia, contiene emociones producidas por creencias heredadas, por recuerdos de un pasado que no existe. Escucharnos nos permite descubrir que somos consciencia. Escucharnos nos permite descubrir que todo lo que considerábamos externo a nosotros, son expresiones de nuestra propia creación mental.

UCDM, dice: “El milagro llega silenciosamente a la mente que se detiene por un instante y se sumerge en la quietud.” Aquietar la mente es sinónimo de silenciar la mente, significa una mente sin juicio y, desde esa quietud extender amor hacia los demás. Es una conexión desde el Ser hacia el ser. Pero recuerda, no puedes dar de lo que no tienes. Entonces, se hace obligatorio darte cuenta de tus propios ruidos mentales y así, al descubrirlos, podrás conservarlos o deshacerte de ellos conscientemente. Tus creencias persisten porque te son útiles. ¿Hasta cuándo? Tú lo decides.

Cerrar la boca es un buen comienzo para descubrir todo lo que tu mente produce con cada acontecer diario. Luego extiendes ese silencio para descubrir tus emociones y allí encontrarás la utilidad del ruido que produce el mundo. Entonces, dejas de rechazarlo y lo aceptas como un maestro que guía tu aprendizaje. Y cuando el silencio llegue a tu mente el sufrimiento desaparece porque te has dado cuenta que nunca existió, esto es consciencia, porque En boca cerrada no entran moscas… decía el abuelo.

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Profe, enséñeme a aprender no a obedecer.