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lunes, 4 de septiembre de 2017

A boda ni bautizo no vayas sin ser llamado… decía el abuelo

Gracias a las redes sociales uno se entera de casi todo y se puede intervenir de forma positiva en diversos asuntos de la sociedad. Pero con mayor frecuencia se abren debates (el abuelo los llamaba discusiones bizantinas), con las que pretendemos arreglar el mundo. Pero ¿Quién dijo que el mundo necesita ser arreglado? ¿No será que el mundo, así como es, está bien? O ¿que al menos es lo que hemos hecho de él?

Me gusta la fotografía manual, entre otras cosas, porque exige selección y enfoque, algo que mis ojos comunes no podían hacer. Al hacer una fotografía primero tomo la decisión de lo que quiero observar (selección), definiendo las características de cómo debe quedar el objeto fotografiado (enfoque) y ¡Bingo!!!     Gracias a la práctica, se ha vuelto un proceso mental tan rápido que solo muevo mis dedos, pareciera que uno no tuviera que pensar. Y aunque me gusta la fotografía no le disparo a todo, prefiero fotografiar la naturaleza porque me gusta. Estos principios de la fotografía son los que aplico en mi vida cotidiana.

Normalmente hacía el proceso contrario. No proyectaba mi realidad, sino que aceptaba la proyección de otros como mi realidad. No tenía foco y como los medios me llenaban de información negativa, emitía juicios y más juicios. Pretendía cambiar el mundo y me metía en fiestas a las cuales no había sido invitado, generando en mi un estado de frustración, insatisfacción, rabia, incertidumbre, etc.

Pero un día, un gran día, me pregunté: ¿Qué tal que lo único que debe ser arreglado soy yo y que todo lo demás está bien? Me di cuenta que mi forma de percibir al mundo es producto de lo que hay en mi mente. Si de verdad quiero cambiar la realidad que veo, debo empezar por cambiar la forma en que mi mente percibe al mundo y todo su contenido. Así lo externo cambió. Cuando nos permitimos “el lujo” de ver la vida de una forma diferente, la vida nos cambia.

Aquellas discusiones bizantinas que uno observa, y que se dan a todo nivel, solo pretenden soluciones externas: que sea el otro quien aporte su cambio… mientras yo, desde mi trono llamado ego, sigo considerando que tengo la razón. Creo que la realidad es lo que ven mis ojos. Finalmente, lo que deseo es que el mundo se alinee con mis formas, que todo el mundo piense como yo pienso. ¿Es este el cambio que necesita el mundo? o ¿Es solo la pretensión de mi ego? Nada más fatal que la certeza de mis conceptos.

Nuestra especialidad ha sido la de emitir juicios (interpretaciones), en forma permanente, y esperamos que el mundo se alinee al escuchar nuestros juicios. Por el contrario, todo ha empeorado. “No juzguéis, para que no seáis juzgado” nos ha enseñado Jesús. Cuando juzgas al otro, te estás juzgando a ti mismo, estás yendo a una fiesta a la que no estás invitado. El juicio que lanzas contra el otro, no es más que una expresión de tus miedos. ¿A qué le tienes miedo?

Un Curso de Milagros nos enseña: “La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percepción, pero no el conocimiento.”

Nos creemos con el derecho de intervenir en el proceso de los demás, sin siquiera conocer la totalidad de su historia. Y no es posible conocerla, por lo tanto, no es posible emitir un juicio justo. Es increíble que juzgar, algo tan desgastante y tan lleno de resultados negativos, se haya convertido en nuestra principal actividad. Simplemente no juzguéis. No intervengas donde no has sido llamado. No vayas a una fiesta a la que no estás invitado… decía el abuelo. No es suficiente con “creer” en Dios, hay que creerle a Dios: No juzguéis para que no seáis juzgados.

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Profe, enséñeme a aprender no a obedecer.