Gracias a las redes sociales uno se entera
de casi todo y se puede intervenir de forma positiva en diversos asuntos de la
sociedad. Pero con mayor frecuencia se abren debates (el abuelo los llamaba
discusiones bizantinas), con las que pretendemos arreglar el mundo. Pero ¿Quién
dijo que el mundo necesita ser arreglado? ¿No será que el mundo, así como es,
está bien? O ¿que al menos es lo que hemos hecho de él?
Normalmente hacía el proceso contrario. No
proyectaba mi realidad, sino que aceptaba la proyección de otros como mi
realidad. No tenía foco y como los medios me llenaban de información negativa,
emitía juicios y más juicios. Pretendía cambiar el mundo y me metía en fiestas
a las cuales no había sido invitado, generando en mi un estado de frustración, insatisfacción,
rabia, incertidumbre, etc.
Pero un día, un gran día, me pregunté: ¿Qué
tal que lo único que debe ser arreglado soy yo y que todo lo demás está bien? Me
di cuenta que mi forma de percibir al mundo es producto de lo que hay en mi
mente. Si de verdad quiero cambiar la realidad que veo, debo empezar por
cambiar la forma en que mi mente percibe al mundo y todo su contenido. Así lo
externo cambió. Cuando nos permitimos “el lujo” de ver la vida de una forma
diferente, la vida nos cambia.
Aquellas discusiones bizantinas que uno
observa, y que se dan a todo nivel, solo pretenden soluciones externas: que sea
el otro quien aporte su cambio… mientras yo, desde mi trono llamado ego, sigo
considerando que tengo la razón. Creo que la realidad es lo que ven mis ojos.
Finalmente, lo que deseo es que el mundo se alinee con mis formas, que todo el
mundo piense como yo pienso. ¿Es este el cambio que necesita el mundo? o ¿Es
solo la pretensión de mi ego? Nada más fatal que la certeza de mis conceptos.
Nuestra
especialidad ha sido la de emitir juicios (interpretaciones), en forma permanente,
y esperamos que el mundo se alinee al escuchar nuestros juicios. Por el
contrario, todo ha empeorado. “No juzguéis, para que no seáis juzgado” nos ha
enseñado Jesús. Cuando juzgas al otro, te estás juzgando a ti mismo, estás
yendo a una fiesta a la que no estás invitado. El juicio que lanzas contra el
otro, no es más que una expresión de tus miedos. ¿A qué le tienes miedo?
Un
Curso de Milagros nos enseña: “La decisión
de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el
proceso en el que se basa la percepción, pero no el conocimiento.”
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