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lunes, 18 de septiembre de 2017

Cada loco con su tema… decía el abuelo.

Existen tres verdades: La mía, la tuya y la Verdadera. En realidad, no son verdades, son solo creencias. Todas las personas tenemos nuestro propio sistema de creencias. Creencias adquiridas por herencia familiar, social o a través de nuestro recorrido por la vida y que determinan junto con nuestros valores los diversos comportamientos (decisiones) que tomamos.

Sadhguru dice… “El conflicto en el mundo no es entre el bien y el mal. Siempre es la creencia de un hombre contra la creencia de otro hombre.”

Cuanto dolor nos podríamos ahorrar si simplemente nos diéramos cuenta que todas las personas actuamos desde nuestros niveles de creencias, las cuales consideramos nuestro más valioso tesoro. Pero allí no radica el problema, la gran dificultad es que no estamos dispuestos a revisarlas. Mis creencias, ayer fueron útiles; hoy… ¿siguen siendo útiles? Los demás las deben revisar, yo no, yo tengo la verdad. Al cuestionar las creencias del otro, surge el conflicto y el ciclo del sufrimiento se perpetúa, pues lo que realmente deseamos es que los demás crean en lo que nosotros creemos. Permite que el otro permanezca en su nivel de creencias, está en todo su derecho. Su momento llegará.

Las creencias provienen de nuestras relaciones parentales y se convierten en nuestra carta de navegación en la vida que nos conduce a la dicha o al dolor, al cielo o al infierno. Pretendemos lograr cambios modificando comportamientos, no es posible. Cambia primero tus creencias y lograrás modificar tus comportamientos. Cada que la vida nos enfrenta ante una situación, en ocasiones de dolor, nos está invitando a revisar nuestras creencias. Jesús dijo: “Así como creísteis, así será. No miréis la paja en el ojo ajeno.”

Al enfrentar algún tipo de dificultad o antes de tomar una decisión pregúntate, ¿yo, en que creo? ¿Para qué estoy viviendo esto? ¿De quién es la vida que estoy viviendo?  Al indagar, las repuestas llegan y se desvanece el miedo. Por lo tanto, el comportamiento cambia. Deseamos una mejor vida, pero lo hacemos desde nuestras creencias, ignorando que son éstas las que nos han traído hasta nuestra situación actual. Cuestiona tus creencias. Nada más dañino que vivir en un estado de certeza.

Hace algunos años apareció el boom de la Ley de la Atracción y, yo incluido, la utilizamos principalmente para atraer prosperidad económica. Hoy entiendo que no me funciono porque lo hice desde la carencia. Desde creencias basadas en pobreza, en la pecaminosidad del dinero, etc. Las creencias son muy fuertes. “Así como creísteis, así será.”

Hoy la sociedad nos muestra, de una forma muy evidente, la brecha generacional entre padres e hijos. Ambos sistemas de creencias han forjado una lucha de supervivencia, los padres por perpetuar las suyas y los hijos por imponer las propias. Cuando todo sería tan simple si permitiéramos vivir a Cada loco con su tema… como decía el abuelo.


¿Cuál es mi necesidad de ir por la vida convenciendo a los demás que mi creencia (forma) es la mejor? 

lunes, 4 de septiembre de 2017

A boda ni bautizo no vayas sin ser llamado… decía el abuelo

Gracias a las redes sociales uno se entera de casi todo y se puede intervenir de forma positiva en diversos asuntos de la sociedad. Pero con mayor frecuencia se abren debates (el abuelo los llamaba discusiones bizantinas), con las que pretendemos arreglar el mundo. Pero ¿Quién dijo que el mundo necesita ser arreglado? ¿No será que el mundo, así como es, está bien? O ¿que al menos es lo que hemos hecho de él?

Me gusta la fotografía manual, entre otras cosas, porque exige selección y enfoque, algo que mis ojos comunes no podían hacer. Al hacer una fotografía primero tomo la decisión de lo que quiero observar (selección), definiendo las características de cómo debe quedar el objeto fotografiado (enfoque) y ¡Bingo!!!     Gracias a la práctica, se ha vuelto un proceso mental tan rápido que solo muevo mis dedos, pareciera que uno no tuviera que pensar. Y aunque me gusta la fotografía no le disparo a todo, prefiero fotografiar la naturaleza porque me gusta. Estos principios de la fotografía son los que aplico en mi vida cotidiana.

Normalmente hacía el proceso contrario. No proyectaba mi realidad, sino que aceptaba la proyección de otros como mi realidad. No tenía foco y como los medios me llenaban de información negativa, emitía juicios y más juicios. Pretendía cambiar el mundo y me metía en fiestas a las cuales no había sido invitado, generando en mi un estado de frustración, insatisfacción, rabia, incertidumbre, etc.

Pero un día, un gran día, me pregunté: ¿Qué tal que lo único que debe ser arreglado soy yo y que todo lo demás está bien? Me di cuenta que mi forma de percibir al mundo es producto de lo que hay en mi mente. Si de verdad quiero cambiar la realidad que veo, debo empezar por cambiar la forma en que mi mente percibe al mundo y todo su contenido. Así lo externo cambió. Cuando nos permitimos “el lujo” de ver la vida de una forma diferente, la vida nos cambia.

Aquellas discusiones bizantinas que uno observa, y que se dan a todo nivel, solo pretenden soluciones externas: que sea el otro quien aporte su cambio… mientras yo, desde mi trono llamado ego, sigo considerando que tengo la razón. Creo que la realidad es lo que ven mis ojos. Finalmente, lo que deseo es que el mundo se alinee con mis formas, que todo el mundo piense como yo pienso. ¿Es este el cambio que necesita el mundo? o ¿Es solo la pretensión de mi ego? Nada más fatal que la certeza de mis conceptos.

Nuestra especialidad ha sido la de emitir juicios (interpretaciones), en forma permanente, y esperamos que el mundo se alinee al escuchar nuestros juicios. Por el contrario, todo ha empeorado. “No juzguéis, para que no seáis juzgado” nos ha enseñado Jesús. Cuando juzgas al otro, te estás juzgando a ti mismo, estás yendo a una fiesta a la que no estás invitado. El juicio que lanzas contra el otro, no es más que una expresión de tus miedos. ¿A qué le tienes miedo?

Un Curso de Milagros nos enseña: “La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percepción, pero no el conocimiento.”

Nos creemos con el derecho de intervenir en el proceso de los demás, sin siquiera conocer la totalidad de su historia. Y no es posible conocerla, por lo tanto, no es posible emitir un juicio justo. Es increíble que juzgar, algo tan desgastante y tan lleno de resultados negativos, se haya convertido en nuestra principal actividad. Simplemente no juzguéis. No intervengas donde no has sido llamado. No vayas a una fiesta a la que no estás invitado… decía el abuelo. No es suficiente con “creer” en Dios, hay que creerle a Dios: No juzguéis para que no seáis juzgados.

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Profe, enséñeme a aprender no a obedecer.