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miércoles, 24 de octubre de 2018

Nadie aprende con cabeza ajena… decía el abuelo.


Cuando algún día empecé a percibir la profundidad de la enseñanza que me daba el abuelo con este refrán, sentí miedo, mucho más miedo del que percibía o del que era consciente que percibía. Desde lo que creía saber, ¿Qué parte era solo conceptos y que parte era vivencia? ¿Hasta qué punto estaba apropiándome de valores, principios, formas y teorías ajenas, aunque parecieran muy sacras, olvidándome de mi propio sentir?

No aprendemos con el aprendizaje del otro, solo la experiencia de lo vivido nos deja una verdadera enseñanza y nos conduce al discernimiento. Es desafortunado nuestro modelo educacional basado en la memorización de información y el respectivo premio al mejor “memorizador”… le llaman “inteligente”. Nos premian por replicar de memoria las teorías de otros. Y lo que es peor, las replicamos haciéndolas propias, como si las hubiésemos experimentado. Lo que realmente debería ser reconocido es la oratoria con la que convencemos a un mundo que necesita ser convencido de cualquier cosa, solo agrégale un nombre inentendible y será suficiente para lo que le llaman “La fórmula del éxito”. Así, paso a paso, o mejor, de concepto en concepto, vamos perdiendo de vista nuestra esencia, hasta que nos convencemos ser lo que otros han dicho que somos.

Alguna vez escuché esta historia: “Una niña, en su salón de clase, se atrevió a refutar lo explicado por su profesora. Esta, indignada ante tal atrevimiento de una chiquilla, le llamó la atención, esgrimiendo sus 20 años de experiencia docente. La niña, desde la certeza de su inocencia, le preguntó: Profesora ¿20 años enseñando o 19 años repitiendo lo que enseñó en el primer año?”

Cuando nos arriesgamos a transmitir conceptos a otros, caemos en el error de no tener en la cuenta el nivel de aprendizaje del aprendiz, y es lógico, desconocemos el nuestro. Nuestro ego se engrandece con la pretensión de que se nos escuche desde la información acumulada y no desde el discernimiento, sin ser conscientes de ello. La diferencia es básica. Los conceptos los encuentras en libros, películas e inclusive en las experiencias de otros. El discernimiento solo se deriva de tu propia vivencia. Y para llegar a él, debes confrontarte contigo mismo. Estar dispuesto a salir de tu zona de confort. La información es un mapa que te sirve de referente. El discernimiento es descubrir desde la ausencia de conceptos.

Cuando, de alguna forma, nos decidimos a recorrer un camino espiritual es útil recurrir a la información que encontramos de otras personas. Pero solo es un referente. Desde tus inquietudes, debes descubrir tus propias formas. Masaharu Taniguchi dijo: “Seguir los pasos ajenos puede ser más seguro, pero, al hacerlo, será imposible evitar la polvareda dejada por los que van adelante.”

Andamos en búsqueda de la felicidad, pero con la fórmula de otro, y así, andamos por la vida comprando recetas mágicas que solo le funcionan, tal vez, a quién las ideó, conduciéndonos a la frustración. La receta encontrada por otros es solo el referente de que se puede encontrar. Pero, insisto, debes encontrar tu propia receta. Observa tus pensamientos, observa tus circunstancias, obsérvate a través de las personas con las que te relacionas, observa tu lenguaje; en todo ello están los ingredientes para tu receta. Obsérvate.

Date cuenta que el rechazo hacia los demás es el miedo a permitirnos enfrentar lo que sentimos y seguir aferrados a nuestros conceptos, creencias. ¿Cuáles son las ideas a las que vivo aferrado? ¿Quién serías sin tus conceptos? Nos escondemos detrás de nuestras ideas, por miedo a vivir. El rechazo que sentimos es fuente de sabiduría, solo, y solo si, lo observas.

Somos como niños torpes y asustados que nos escondemos detrás del escudo de información adquirida en las mejores aulas, creyéndonos invulnerables e intocables por un cargo, un título o una posición económica. Solo un padre/madre sabe lo que se desprende de la experiencia de tener un hijo, los demás solo podrán esgrimir teorías del cómo se debería sentir o actuar en caso de... No, así no funciona.

Si el lenguaje de las personas es de dolor, debes hablarles desde el dolor. Si es de alegría debes hablarles desde la alegría. No pretendas acercarte a la mente del otro desde la sapiencia de tus conceptos, porque lo estarás haciendo desde la crueldad. Es una forma de rechazar su sentir. Si aceptas su sentir, te abrirá las puertas de su mente a una reinterpretación que lo conducirá hacia una transformación verdadera. Aunque la verdadera transformación ocurrirá en ti mismo.

Ya no sigo maestros o grupos que solo buscan seguidores, mediante el adoctrinamiento religioso o filosófico, ofreciendo métodos mágicos y exclusivos para encontrar la verdad. En mi camino he hecho de la auto-indagación, la búsqueda interna de la verdad, camino que se describe en las sabias palabras del poeta Rumi: “He sido un buscador y todavía lo soy, pero he dejado de preguntar a los libros y a las estrellas. Empecé a escuchar la enseñanza de mi alma.”

Hoy, más que ayer, recuerdo lo que me decía el abuelo: Nadie aprende con cabeza ajena….

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Profe, enséñeme a aprender no a obedecer.