![]() |
Barranquero Momotus Aequatorialis |
Siempre que escuchaba este refrán del
abuelo, pensaba que se estaba refiriendo a las personas con las que compartía
mis experiencias de vida y la forma en que podrían influir en mis
comportamientos. Hoy, lo entiendo desde una perspectiva más amplia y deseo
compartirlo contigo. Recuerda, no tenemos que estar de acuerdo.
No siempre estamos en compañía de personas
y aun estando en su compañía y la influencia que puedan generar en nosotros,
hay algo que siempre nos acompaña y es finalmente, lo que determina nuestro
comportamiento. Es nuestro sistema de creencias, el que nos da una identidad
ante el mundo. Creencias que nos potencializan o que nos invalidan. Creencias
que nos definen y determinan nuestro trasegar por la vida. Lo que nos confunde
y no nos permite darnos cuenta de su influencia, es la forma en que estas se
manifiestan.
Las creencias, desde la oscuridad de
nuestra mente, emergen con forma de personas o circunstancias y creemos que son
estas el origen de nuestras desdichas. Culpamos al mundo por todos nuestros
infortunios y nos desgastamos para que sea diferente, con la esperanza de que
su cambio será, por fin, el origen de nuestra felicidad. Es por ello, que
buscamos un mejor mundo, un mejor trabajo, un mejor padre, una mejor madre, una
mejor pareja, un mejor hijo, etc., y lo asumimos como una promesa que nos
merecemos, desde el rechazo a lo que el presente nos ofrece. Promesa que
fabricamos y proyectamos fuera de nosotros, responsabilizando a otros por su
realización. Esto nos enfrenta a dudas existenciales.
Cuando el mundo cambia o nuestras circunstancias
cambian o afloran nuestras creencias; nuestros sentimientos parecen cambiar y
pasamos del amor al rechazo. No han cambiado, simplemente, no sentíamos lo que
creíamos sentir. Algunos de nuestros sentimientos, son solo muestras de lo que deseamos
ofrecer al mundo, ya que de alguna forma todos queremos mostrarnos como buenas
personas. Pero, nuestras creencias nos dominan y están en nuestra mente más
profunda, en “el lado oscuro de nuestra
mente”, decía Carl Jung. No somos conscientes de ellas, solo vivimos su
efecto, casi siempre con dolor. Y aferrados a nuestra certeza de víctimas, nos
atrevemos a querer “mejorar” a los demás, porque es el otro el que debe
cambiar. Nos creemos con la misión especial de arreglar al mundo y a todo su
contenido. Logrando, solo, darle un impulso más a la rueda del hámster. Finalmente,
somos lo que creemos, pero no lo podemos aceptar porque alguien allá afuera
debe estar equivocado. Es el argumento de nuestro sistema de creencias, le
llaman ego.
Recuerdo a J. Krishnamurti cuando
afirmaba: “La causa primaria del desorden
en nosotros mismos es la búsqueda de la realidad prometida por otros.” Promesa que es proyectada por nuestra mente.
La fabricamos y buscamos un responsable que la haga realidad. Nuestro estado de
paz depende del comportamiento de los demás, bajo ciertas circunstancias
deseables. En un principio la magia del mundo que hemos inventado, nos hacer
ver que todo es posible, que aquello que nuestra mente visualiza se hace
realidad y nos sentimos en “el paraíso”. Pero la vida tiene otro propósito, poner
frente a nosotros a las personas y circunstancias necesarias para que descubramos
todas nuestras creencias. Creencias que se han convertido en dolores
emocionales, porque nos impiden vivir una vida plena, en paz, mientras continuamos
culpando al mundo, a las personas y a las circunstancias. Tal vez, si algún día
empezamos a cuestionarlas...
“No
te preocupes tanto por lo que ocurre a tú alrededor, preocúpate más por lo que
ocurre en tu interior.” Nos dice Mary
Frances Winter. Solo una mirada hacia nuestro interior nos permite darnos
cuenta que la causa que vemos allá afuera, está en nosotros y que si transformamos
nuestras creencias encontraremos ese verdadero Yo, que solo transmite paz.
Santo Tomás, dijo: “Si llamas hacia afuera lo que está dentro de ti, te salvará. Si no
llamas hacia afuera lo que está dentro de ti, te destruirá.” Son nuestras creencias la causa de nuestras
circunstancias y del tipo de relaciones que tenemos. Pero el primer paso es
permitirnos dudar, la duda razonable, decía Descartes. Cada que le damos
validez a nuestro sistema de creencias, lo estamos radicalizando con más fuerza
en nuestra mente y la vida se encargará de darte las oportunidades necesarias
(en ocasiones dolorosas) para que te des cuenta de ello. ¿Sabías que has intentado
salir del estado en que te encuentras rechazando lo que la vida te ofrece,
juzgando, sintiendo miedo, culpas, repitiendo episodios? ¿Realmente lo has
logrado? Si la respuesta es afirmativa, ¡felicitaciones!!! Estás en el camino
correcto.
Yo, en cambio, sigo auto indagando desde mi
interior, cuestionando cada una de mis creencias, convencido de que no me hace
daño lo que me hace falta, sino la creencia de que lo necesito. Descubriendo
que fuera de mi no existe nada que pueda hacerme daño. Que es el apego a mis
creencias la causa de mis sufrimientos y observarlas desde la quietud de mi
mente, sin juicio, sin culpa, sin miedo, hará que se desvanezcan tal y como
llegaron, como una ilusión creíble de algo que no existe. Agradezco a las
personas a mí alrededor, son personas maravillosas con la función especial de
apoyarme en este proceso de sanación. Paso a paso voy con la certeza de que con
la guía de mi Maestro Interior lograré estar en paz. Con la certeza de que la
Paz la logra aquel que despierta del sueño ilusorio que este mundo nos ofrece
mediante sus efímeras apariencias.
Que la actitud de otros no cambie tu
corazón.
Dime en que crees y te diré quién eres… diría el abuelo.
Oscar Marino Cruz García