Entrada destacada

miércoles, 27 de junio de 2018

Dime con quién andas y te diré quién eres… decía el abuelo.

Barranquero
Momotus Aequatorialis

Siempre que escuchaba este refrán del abuelo, pensaba que se estaba refiriendo a las personas con las que compartía mis experiencias de vida y la forma en que podrían influir en mis comportamientos. Hoy, lo entiendo desde una perspectiva más amplia y deseo compartirlo contigo. Recuerda, no tenemos que estar de acuerdo.

No siempre estamos en compañía de personas y aun estando en su compañía y la influencia que puedan generar en nosotros, hay algo que siempre nos acompaña y es finalmente, lo que determina nuestro comportamiento. Es nuestro sistema de creencias, el que nos da una identidad ante el mundo. Creencias que nos potencializan o que nos invalidan. Creencias que nos definen y determinan nuestro trasegar por la vida. Lo que nos confunde y no nos permite darnos cuenta de su influencia, es la forma en que estas se manifiestan.

Las creencias, desde la oscuridad de nuestra mente, emergen con forma de personas o circunstancias y creemos que son estas el origen de nuestras desdichas. Culpamos al mundo por todos nuestros infortunios y nos desgastamos para que sea diferente, con la esperanza de que su cambio será, por fin, el origen de nuestra felicidad. Es por ello, que buscamos un mejor mundo, un mejor trabajo, un mejor padre, una mejor madre, una mejor pareja, un mejor hijo, etc., y lo asumimos como una promesa que nos merecemos, desde el rechazo a lo que el presente nos ofrece. Promesa que fabricamos y proyectamos fuera de nosotros, responsabilizando a otros por su realización. Esto nos enfrenta a dudas existenciales.

Cuando el mundo cambia o nuestras circunstancias cambian o afloran nuestras creencias; nuestros sentimientos parecen cambiar y pasamos del amor al rechazo. No han cambiado, simplemente, no sentíamos lo que creíamos sentir. Algunos de nuestros sentimientos, son solo muestras de lo que deseamos ofrecer al mundo, ya que de alguna forma todos queremos mostrarnos como buenas personas. Pero, nuestras creencias nos dominan y están en nuestra mente más profunda, en “el lado oscuro de nuestra mente”, decía Carl Jung. No somos conscientes de ellas, solo vivimos su efecto, casi siempre con dolor. Y aferrados a nuestra certeza de víctimas, nos atrevemos a querer “mejorar” a los demás, porque es el otro el que debe cambiar. Nos creemos con la misión especial de arreglar al mundo y a todo su contenido. Logrando, solo, darle un impulso más a la rueda del hámster. Finalmente, somos lo que creemos, pero no lo podemos aceptar porque alguien allá afuera debe estar equivocado. Es el argumento de nuestro sistema de creencias, le llaman ego.

Recuerdo a J. Krishnamurti cuando afirmaba: “La causa primaria del desorden en nosotros mismos es la búsqueda de la realidad prometida por otros.”  Promesa que es proyectada por nuestra mente. La fabricamos y buscamos un responsable que la haga realidad. Nuestro estado de paz depende del comportamiento de los demás, bajo ciertas circunstancias deseables. En un principio la magia del mundo que hemos inventado, nos hacer ver que todo es posible, que aquello que nuestra mente visualiza se hace realidad y nos sentimos en “el paraíso”. Pero la vida tiene otro propósito, poner frente a nosotros a las personas y circunstancias necesarias para que descubramos todas nuestras creencias. Creencias que se han convertido en dolores emocionales, porque nos impiden vivir una vida plena, en paz, mientras continuamos culpando al mundo, a las personas y a las circunstancias. Tal vez, si algún día empezamos a cuestionarlas...

No te preocupes tanto por lo que ocurre a tú alrededor, preocúpate más por lo que ocurre en tu interior.”  Nos dice Mary Frances Winter. Solo una mirada hacia nuestro interior nos permite darnos cuenta que la causa que vemos allá afuera, está en nosotros y que si transformamos nuestras creencias encontraremos ese verdadero Yo, que solo transmite paz.

Santo Tomás, dijo: “Si llamas hacia afuera lo que está dentro de ti, te salvará. Si no llamas hacia afuera lo que está dentro de ti, te destruirá.”  Son nuestras creencias la causa de nuestras circunstancias y del tipo de relaciones que tenemos. Pero el primer paso es permitirnos dudar, la duda razonable, decía Descartes. Cada que le damos validez a nuestro sistema de creencias, lo estamos radicalizando con más fuerza en nuestra mente y la vida se encargará de darte las oportunidades necesarias (en ocasiones dolorosas) para que te des cuenta de ello. ¿Sabías que has intentado salir del estado en que te encuentras rechazando lo que la vida te ofrece, juzgando, sintiendo miedo, culpas, repitiendo episodios? ¿Realmente lo has logrado? Si la respuesta es afirmativa, ¡felicitaciones!!! Estás en el camino correcto.

Yo, en cambio, sigo auto indagando desde mi interior, cuestionando cada una de mis creencias, convencido de que no me hace daño lo que me hace falta, sino la creencia de que lo necesito. Descubriendo que fuera de mi no existe nada que pueda hacerme daño. Que es el apego a mis creencias la causa de mis sufrimientos y observarlas desde la quietud de mi mente, sin juicio, sin culpa, sin miedo, hará que se desvanezcan tal y como llegaron, como una ilusión creíble de algo que no existe. Agradezco a las personas a mí alrededor, son personas maravillosas con la función especial de apoyarme en este proceso de sanación. Paso a paso voy con la certeza de que con la guía de mi Maestro Interior lograré estar en paz. Con la certeza de que la Paz la logra aquel que despierta del sueño ilusorio que este mundo nos ofrece mediante sus efímeras apariencias.

Que la actitud de otros no cambie tu corazón.

Dime en que crees y te diré quién eres… diría el abuelo.

Oscar Marino Cruz García

.

.

.

Profe, enséñeme a aprender no a obedecer.