Es razonable
preguntarse cómo pudo la mente haber inventado al ego. De hecho, ésa es la
mejor pregunta que puedes hacerte. Sin embargo, no tiene objeto dar una
respuesta en función del pasado porque el pasado no importa, y la historia no
existiría si los mismos errores no siguiesen repitiéndose en el presente. El
pensamiento abstracto es pertinente al conocimiento porque el conocimiento es
algo completamente impersonal, y para entenderlo no se necesita ningún ejemplo.
La percepción, por otra parte, es siempre específica y, por lo tanto, concreta.
Todo el mundo
inventa un ego o un yo para sí mismo, el cual está sujeto a enormes variaciones
debido a su inestabilidad. También inventa un ego para cada persona a la que
percibe, el cual es igualmente variable. Su interacción es un proceso que los
altera a ambos porque no fueron creados por el Inalterable o mediante Él. Es
importante darse cuenta de que esta alteración ocurre con igual facilidad tanto
si la interacción tiene lugar en la mente como si entraña proximidad física.
Pensar acerca de otro ego es tan eficaz en el proceso de cambiar la percepción
relativa como lo es la interacción física. No puede haber mejor ejemplo que
éste de que el ego es solamente una idea y no un hecho.
Tu propio estado
mental es un buen ejemplo de cómo fue inventado el ego. Cuando repudiaste el conocimiento
fue como si jamás lo hubieses tenido. Esto es tan evidente que basta con que lo
reconozcas para constatar que eso es lo que en realidad ocurre. Y si eso ocurre
en el presente, ¿por qué habría de sorprenderte que hubiese ocurrido en el
pasado? Asombrarnos ante lo inusual es una reacción comprensible, pero
asombrarnos ante algo que ocurre con tanta frecuencia no lo es en absoluto. No
olvides, no obstante, que la mente no tiene por qué operar así, aunque así es
como opera ahora.
Piensa en el amor
que los animales sienten por sus crías y en la necesidad que sienten de protegerlas.
Eso se debe a que las consideran parte de sí mismos. Nadie repudia lo que
considera parte de sí mismo. La manera en que reaccionas ante tu ego es similar
a como Dios reacciona ante Sus creaciones: con amor, con protección y con
caridad. Tus reacciones ante el yo que inventaste no son sorprendentes. De
hecho, son muy similares a la forma en que algún día reaccionarás ante tus creaciones
reales, las cuales son tan eternas como tú. No es cuestión, por lo tanto, de
cómo reaccionas ante el ego, sino de lo que crees ser. Creer es una función del
ego, y mientras tu origen siga sujeto a interpretaciones lo seguirás viendo
desde el punto de vista del ego. Cuando el aprendizaje deje de ser necesario,
simplemente conocerás a Dios. La creencia de que hay otra forma de percibir es
la idea más sublime de que es capaz el pensamiento del ego. Ello se debe a que
dicha idea reconoce, aunque sea mínimamente, que el ego no es el Ser.
UCDM